domingo, 15 de mayo de 2011


Hay algo que tira surcos sobre el cielo. Una llama naranja, cubierta con papel celofán. Mark arregla su cabello, mientras el resto de personas termina sus asuntos. El baño, era igual a todos los baños de ese sector de la ciudad. Rayados, fétidos y una fauna unisex que engalana el cuadro. La futilidad pélvica, motor social del lugar. 

Mark, termina de abrochar sus negros pantalones ajustados. Revisa si aún tiene el encendedor que robo de un bolso que paseaba por la playa y parte rumbo a la noche. 

Benja, sale del baño para lisiados, con un polvillo blanco saliendo de su nariz. Su mano izquierda, en una funda de sangre carga un lápiz desechable sin tinta. Su polera blanca, con medallas de litigios nocturnos, cubre sus tetillas que frondosas en éxtasis abren paso a la lóbrega juerga  santiaguina. 

Virginia, pone en orden su brassier, arregla su fatigado maquillaje y seca su vagina con papel sanitario. Mientras tanto Roberta termina su primera calada de marihuana.  Ambas mujeres, tatuadas y magulladas por los infortunios de los desacuerdos genitales. Roberta, mujer de edad madura y triste, Besa la boca de Virginia, adolescente pérfida y sucia. Tomadas de la mano, acechan los bolsillos de los hombres precoces y difuntos sexuales que, exhortados por las piernas de las muchachas; tranquilamente se abandonan a las pécoras caricias de Virginia y Roberta. 

La húmeda niebla que vigila a las puertas, abraza los huesos con el frio del mes de junio. Fred y Melissa gotean al unísono entre mordiscos, escupitajos y bélicas caricias. Los pechos de Melissa irrumpen en el cubículo del último baño de la fila. Usurpan en medio de las manos de Fred, mientras Melissa tritura los labios de su condiscípulo con decoro victoriano.  

No quedan más bestias…

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