lunes, 24 de enero de 2011


Tú, la que hablas desde los grito. Que atraviesas el salón de tus logros domésticos. Te sientas en tu sillón nupcial y vigilas la costa donde recalan mis sueños y realidades. Mírame por un segundo y descríbeme. Nombra mis regiones y valles; demografías y revoluciones. Eres tú quien tomó la espada y separó la luz de la oscuridad; concibiendo mi materia y forma. Tú, el germen activo de la pandemia vivida, el caos sutil sin fronteras. No te hagas la inocente, la culpable de mis defectos es la palabra que regurgitaste en mi conciencia. Súbete a tu auto y aléjate, en el horizonte te espera tu vida, lejos de la mía. 

Aún recuerdo tu mirada furibunda, esa dictadora; la Emperatriz que está bajo tu hábito. Tu dedo que me decía donde está el sujeto de mi error. No me mostraste el camino, no me dijiste la razón. Me mostraste la mentira y el robo. Me narraste la soledad. La violencia sobre la espalda de mi padre, el olor etílico que debía evitar. No eres perfecta y yo tampoco.

Finalmente, eres tú quien está cuando todos se ocultan en las rocas. La que con su lado más dócil, calma mis pasiones con un plato de espaguetis. Sobre ti podría construir el holocausto más hegeliano y tú ni lo notarías. Mi sacerdotisa que tras el velo de tus ilusiones se encuentra mi pasado y mi presente. Calma que ya seré de la noche y mis manos será como la luz que se ve en la ventana. Alimento tu jardín con la sangre de mis obras, descansa en paz sobre el nido que hilé.

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