jueves, 13 de enero de 2011

Primer capítulo, Estefan


La vida es una bestia estúpida dice la poetisa. Una señora que algo parece querer decir a mi oído. Ya es de noche en alguna siniestra y acuosa calle de Santiago, estoy aquí y caí desde una torre. Un rayo apareció desde el cielo y fragmento mi púlpito. Ya no me queda marihuana y sólo está la noche, las putas y más de algún mendigo borracho en el suelo; pidiendo compasión a Dios. Esta esquina es mi vida, un momento fugaz que ojalá el tiempo con sus dientes de olvido no me la arrebaten.

Hoy fue un día para quemar en las páginas de mi pasado. Mi madre, cual odio con la mirada, se encargo de hacerlo así. Vendí mi primer cuadro, con parte del dinero me compre un pantalón rojo y trece gramos de marihuana. Llegué a mi sucia casa, me los probé mientras imaginaba mi próximo cuadro y doña Esperanza con su intolerancia ignorante; articula el enunciado que mejor sabe pronunciar: “Pareces un maricón”. Tome lo estrictamente no necesario y caminé donde Camila; por si quería fumar y hablar. Como siempre, después de las 7 de la tarde, no la encontré en su mugriento hogar. Así que caminé a la esquina que frecuenta, tampoco la encontré,  preguntando a sus condiscípulas; tampoco me dieron señal alguna sobre su existencia.

Estoy solo apoyado en una baranda, fumando un cigarro que Valeria me dio a cambio de una humeada de droga verde. Constanza y Victoria se suben a un taxi y se despiden con un beso que vuela por el hedor de la avenida. Estoy más solo que antes, mi miedo a la soledad cae desde el techo. Los mendigos reptan hasta sus cuchitriles. La quimera se degrada hasta que la realidad inmanente se proyecta en el horizonte, es hora de volver a mi habitación. Camino por las húmedas calles antiguas, de ese pavimentado de piedras y adoquines, esas casas de adobe y arquitectura decadente. Perros vagos, basura y ancianos ebrios que no recuerdan el camino a casa es el paisaje nocturno. Veo una casa que Camila la amaría, es de todo su estilo. De plantas muy altas, ventanales largos y angostos que termina en gallardos balcones. Ese aire colonial que a Camila hacen soñar. Trato de recordar cuál sería el camino por donde puedo llegar a mi casa sin tener que encontrarme con narcotraficantes ni atracadores de baja calaña. Pero más sinceramente, trato de no encontrar a Camila en plena faena.      

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