lunes, 29 de noviembre de 2010

Cocaina


"-¿Qué ha sido hoy: morfina o cocaína?...
-Cocaína, en disolución al siete por ciento. ¿Le agradará a usted probarla?
-De ninguna manera -contesté con brusquedad-. Mi constitución física no se ha repuesto por completo aún de la campaña de Afganistán. No puedo permitirme el someterla a ninguna tensión anormal...
-Quizá tenga usted razón, Watson. Me imagino que la influencia de esto es físicamente dañosa. Sin embargo, encuentro que estimula y aclara el cerebro de una forma tan trascendental, que me resultan pasajeros sus efectos secundarios."

Este dialogo ocurre en unos de los maravilloso libros de Sir Arthur Conan Doyle, aparte de ser mi escritor favorito, un recurrente consumidor de cocaína.  Aquí Doyle, nos sitia a un Sherlock Holmes disfrutando de los placeres de las drogas, mientras, el Doctor Watson mira con asombro y curiosidad las costumbres poco ortodoxas del brillante detective británico

Hago esto como introducción a un documental que, fuera del aberrante doblaje,  deja de manifiesto la lucrativa industria de la cocaína en Colombia. Como protagonista tenemos a Alex James (vocalista de la banda inglesa Brur) un ex consumidor de la lúdica sustancia blanca.

La cocaína es básicamente la aislación directa del alcaloide de la hoja de coca. Una ordinaria planta sudamericana que los pueblos originarios usaban para menesteres varios. Para este proceso es necesario alcohol, acido sulfúrico bicarbonato de sodio y éter (sustancias que se pueden encontrar en cualquier supermercado del mundo). Ahora, como en toda actividad humana, lo malintencionado no se pude obviar. Es usual que la sustancia, tenga un sinfín de otros compuestos para aumentar el volumen y así a hacer más rentable el negocio de lo que ya es. Así que lo más probable, es que lo que se puede encontrar en cualquier metrópolis del mundo; dicta mucho que desear de la cocaína tan seductora del siglo 19.

Hablando de mi experiencia personal, bueno les contaré la historia. Estaba yo compartiendo gratamente con algunas personas cercanas hasta que llega un “muy buen amigo” con una sugestiva enjundia  blanca entre las manos. La cosa es que me pasa un tubito, de esos de los lápices desechables y me dijo, “Prueba”. Yo no acostumbro recibir cosas así tan fácil de la gente, pero dado el parentesco del oferente, decidí aceptar. Cuál fue mi sorpresa que a lo minutos estaba en un estado de notable euforia y dispersión. Continúe bebiendo alcohol y pasé una larguísima noche con todo el ímpetu entre las piernas. Que recuerdos más inusitados

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