viernes, 10 de junio de 2011

Ambos


Dear era un chico apuesto y fuerte. Ameba era tan tirada sobre la acera. Era una noche preciosa aquella, la temperatura que nos invitaba a sudar y la luna que saludaba y alentaba las brisas que desnudan. Dear pudo ver las coloridas piernas de Ameba mientras ella bebía sobre el pasto y comía junto a los perros. Llevaba una falda ceñida a sus caderas y ovarios.

Ameba era una mujer de cabello oscuro en cascada. Sus felinos ojos ardientes, sus labios ensangrentados en ardor. Cuando ya estando dentro del complejo, acudió al enumerado y secado de heridas. Estaba aquel hombre, Dear, sin piel siendo inspeccionado por la policía. Ambos quedaron en la misma selda.

Dear miraba de lejos el manto de estrellas que abrigaba a Ameba. Caminó hasta ella y con su saliva limpio los vidrios de su mejilla. Le dio de beber de su alma para alimentar el deshidratado cuerpo de Ameba.

Ella conocía el amor, pero ese que se pagaba con comida y un poco de agua en la tarde. Pero las caricias de su amante revolvieron todos los recuerdos. Abrió sus alas y sus pistilos lavaron los pétalos de Dear. Sus besos eran tan crueles que las venas de Ameba pronto se abrieron a la lengua de Dear. Agitada por los infortunios del pecado, fresca en flor y entregada a las suplicas de las vírgenes. Con algo de papel limpió sus melodías, mientras Dear secaba sus agujas. 

Dear tomo los pies de Ameba y roció de sangre sus descansos. Tomo sus brazos e hizo un  collar para males. Su cabeza yacía en el suelo mientras Dear limpiaba las alimañas del lugar. Los oídos de Ameba eran cristalizados por los soplos de Dear. 

Ameba vistió a Dear, no se podía levantar por tanta calma. Juntos fueron llevados al patio común. Ahí fueron etiquetados y puestos nuevamente en el horno. Luego que termino la faena, el Hombre escribió las fichas de los dos internos y fueron puestos en libertar.

Ameba lleva a Dear junto a sus cejas. Ambos llegan al acantilado y Dear suelta la cuerda.

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